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El agua alberga millones de especies, desde organismos minúsculos de dimensiones micrométricas hasta ballenas azules que alcanzan los 30 metros de longitud y las 200 toneladas de peso. Cada año se descubren nuevas especies en las profundidades oceánicas. Los océanos y los mares también desempeñan una función crucial en el clima mundial: son el mayor sumidero de carbono y capturan el dióxido de carbono de la atmósfera. Las corrientes oceánicas ayudan a calentar y enfriar diferentes regiones, haciéndolas más habitables. La evaporación de los mares cálidos puede caer en forma de lluvia o nieve en todo el mundo y contribuye a mantener la vida en tierra firme.
Para nosotros, los seres humanos, el agua no es simplemente una necesidad vital para nuestros cuerpos, también es un recurso del que hacemos uso todos los días. En casa, la usamos para cocinar, limpiar, ducharnos y lavar. Se utiliza agua en la producción de alimentos, ropa, teléfonos móviles, automóviles y libros. Utilizamos agua para construir nuestras casas, escuelas y carreteras y para calentar edificios o enfriar centrales de generación de energía. Con la electricidad que generamos a partir de su movimiento, iluminamos nuestras ciudades y nuestras casas. En un caluroso día de verano nos sumergimos en el mar o damos un paseo a la orilla de un lago para refrescarnos.
El agua también es un medio para conectar y transportar personas y mercancías. Ofrece una red de transporte natural alrededor del mundo que conecta no solo las ciudades costeras sino, también asimismo, las ciudades de interior a través de los ríos navegables, lo que permite desarrollar el comercio mundial. Las camisetas, los granos de café o los ordenadores portátiles que se producen o fabrican en América, África o Asia pueden transportarse a Europa por barco. Así pues, el agua está presente en todos los aspectos de nuestras vidas.
Lamentablemente, la manera en que usamos y tratamos este valioso recurso no solo afecta nuestra salud, sino que también tiene efecto en toda la vida que depende del agua. La contaminación, la sobreexplotación, las alteraciones físicas de los hábitats acuáticos y el cambio climático siguen deteriorando la calidad y la disponibilidad de agua.
Cuando extraemos agua de su fuente y la usamos, casi siempre le alteramos diversos aspectos. Encauzamos ríos, construimos canales para conectar mares y ríos y levantamos construimos presas y diques para gestionar nuestro uso del agua. Para abastecer nuestros hogares de las aguas subterráneas extraídas de acuíferos, puede ser necesario transportarlas cientos de kilómetros. Tras su uso, el agua puede quedar contaminada por sustancias químicas (como, por ejemplo, fosfatos utilizados en productos de limpieza), microgránulos de plástico o aceites de cocina. Algunos de estos contaminantes e impurezas pueden permanecer en el agua incluso después de someterla a procesos avanzados de tratamiento de aguas residuales. En el caso de la agricultura, el agua utilizada en los cultivos puede contener residuos de productos químicos utilizados en fertilizantes y plaguicidas. Después de su uso y, en ocasiones, de su tratamiento, parte de esta agua alterada regresa a una masa de agua.
Incluso los contaminantes atmosféricos emitidos por el transporte y la industria pueden depositarse en ríos, lagos y mares y pueden repercutir en la calidad del agua. Nuestro uso del agua puede alterar los niveles de temperatura y salinidad de los océanos. El agua utilizada con fines de enfriamiento en el sector energético puede ser significativamente más cálida que el agua extraída. Del mismo modo, los procesos de desalación pueden liberar en el medio marino salmueras con altas concentraciones de sal. Al final, lo que devolvemos al medio natural es, a menudo, muy distinto de lo que extrajimos. Y además, no siempre lo devolvemos al mismo lugar de donde fue extraído lo extrajimos.
A lo largo de las últimas cuatro décadas, Europa ha logrado avances significativos en la regulación de la calidad de su agua, el tratamiento de sus aguas residuales y la protección de sus hábitats y especies marinos y de agua dulce. Las políticas de la UE abordan una amplia gama de cuestiones, desde el agua destinada al consumo humano hasta las aguas residuales urbanas, pasando por la protección de los hábitats, la designación de zonas marinas protegidas, la calidad de las aguas de baño, las inundaciones, los plásticos de uso único, las emisiones industriales y las restricciones al uso de sustancias químicas peligrosas. Estos instrumentos legislativos específicos de la UE se refuerzan mediante programas y legislación generales, como el Séptimo Programa de Acción en materia de Medio Ambiente, la Directiva marco del agua y la Directiva marco sobre la estrategia marina.
A los europeos les importa la calidad de su agua. No es casualidad que la primera iniciativa ciudadana europea, a saber, Right2water, que contó con el apoyo de más de 1,8 millones de firmantes, versara sobre el agua. Los programas de sensibilización combinados con unas tecnologías eficientes en el consumo de agua e inversiones en gestión de fugas han dado lugar a un ahorro real de agua en toda Europa. La cantidad total de agua captada en Europa se ha reducido en un 19 % desde 1990. En la actualidad, más del 80 % de la población europea está conectada a una planta de tratamiento de aguas residuales urbanas, lo que reduce significativamente la cantidad de contaminantes que entran en las masas de agua. En nuestro informe reciente sobre el estado del agua se observa que unas tres cuartas partes de las masas de agua subterránea de Europa presentan un buen estado químico, es decir, están limpias.
El seguimiento periódico de la calidad de las aguas de baño puso de relieve que en torno al 85 % de los lugares de baño de la UE objeto de seguimiento en 2017 eran «excelentes». Más del 10 % de los mares europeos se han designado como zonas marinas protegidas al objeto de ayudar a conservar las especies y los hábitats marinos. Todas las expuestas son mejoras muy alentadoras. Sin embargo, a pesar de los avances logrados, las condiciones ecológicas y químicas de las aguas superficiales europeas siguen causando preocupación.
De las aguas superficiales, únicamente en torno al 39 % alcanzó el objetivo de la UE de lograr un estado ecológico «bueno» o «excelente» durante el periodo de seguimiento 2010-2015, mientras que el 38 % alcanzó un estado químico «bueno». El que el estado químico sea deficiente se debe en parte a que los contaminantes (por ejemplo, los nitratos de la agricultura) no desaparecen sin más. El agua absorbe y transporta contaminantes y estos terminan acumulándose en lagos y océanos. Muchos ríos se han visto físicamente alterados o afectados por las actividades humanas, lo que a su vez ha afectado a la migración de peces aguas arriba o el flujo de sedimentos aguas abajo.
Numerosas poblaciones de peces marinos padecen sobreexplotación y ello supone una amenaza para la supervivencia de ciertas poblaciones de peces en su totalidad. Las especies exóticas invasoras diseminadas por el transporte marítimo o a través de canales ponen en peligro a las especies locales. La basura marina, en la que predominan los plásticos, llega a todos los rincones del mundo, desde el Ártico hasta las islas deshabitadas en el Pacífico. Y, lamentablemente, incluso si evitamos que nuevos contaminantes entren en las masas de agua, habremos de gestionar el legado de todos los contaminantes liberados durante decenios o, como en el caso del mercurio, a lo largo de siglos. Las generaciones futuras se enfrentarán al legado de nuestras emisiones.
En comparación con otras muchas regiones del planeta, Europa posee recursos de agua dulce relativamente abundantes. Sin embargo, estos recursos no se distribuyen uniformemente por todo el continente. De hecho, según nuestras estimaciones, alrededor de un tercio del territorio de la UE está sometido a una tensión hídrica en la que la demanda excede la oferta disponible durante un periodo determinado.
Se prevé que el cambio climático repercuta en la disponibilidad de agua en Europa, lo que ejercerá una presión adicional sobre las regiones meridionales que ya están sufriendo tal tensión hídrica. Está previsto asimismo que otras partes de Europa padezcan inundaciones más frecuentes, mientras que las regiones situadas en cotas bajas corren el riesgo de sufrir tormentas y un aumento del nivel del mar. Las ciudades y las regiones se encuentran a la vanguardia de las actuaciones sobre el terreno y están aplicando medidas que van desde la reducción de fugas a la reutilización del agua, pasando por la incorporación de zonas azules y verdes a las zonas urbanas con el fin de minimizar los riesgos de inundación y los daños causados por el agua.
Ciertos sectores económicos clave, como la agricultura, consumen importantes cantidades de agua dulce. De hecho, durante los meses de primavera y verano, las actividades agrícolas pueden ser responsables de más de la mitad del consumo de agua en ciertas partes del sur de Europa. Del mismo modo, los destinos turísticos populares, incluidas las pequeñas islas del Mediterráneo, han de suministrar agua a miles de visitantes, lo que ejerce una presión considerable sobre sus ya de por sí escasos recursos hídricos.
El turismo masificado no representa el único momento en que los recursos hídricos locales se ven sometidos a una presión extraordinaria debida a la presencia de consumidores no locales. El comercio mundial permite a los consumidores utilizar recursos naturales, incluida el agua, procedentes de todas las partes del mundo. El vino francés exportado a China también «exporta» el agua utilizada para cultivar las vides y elaborar el vino. Del mismo modo, las mercancías importadas a Europa también importan «agua virtual».
En muchos sentidos, el agua es un recurso local. Los cambios en la cantidad o la calidad del agua afectan directamente al medio ambiente y a la población local. Sin embargo, el agua en su conjunto también constituye una «masa» mundial: un bien común compartido por todas las personas y todos los seres vivos de nuestro planeta. El agua se mueve de un país a otro y conecta los continentes física y culturalmente. Dado Toda vez que buena parte de las grandes masas de agua está conectada, lo que podría constituir en un inicio un problema local puede convertirse en uno de los muchos factores contribuyentes a un problema mayor. Por el contrario, un problema mundial, como los plásticos o las temperaturas más elevadas del agua en los océanos, puede tener repercusiones más graves a nivel local.
Esta naturaleza local y mundial del agua exige estructuras de cooperación y gobernanza que se adapten a la magnitud del problema en cuestión. No es de extrañar que muchas políticas de la UE en materia de agua dulce y medio marino hagan hincapié en la cooperación regional y mundial. La UE es un agente activo en estructuras de gobernanza tales como los Objetivos de Desarrollo Sostenible y estructuras de cooperación regional como la Comisión Internacional para la Protección del Río Danubio o la Comisión OSPAR para el Atlántico Nordeste. A lo largo de los últimos años, las estructuras de gobernanza han contado acertadamente con la participación de agentes no estatales, como grandes empresas pesqueras, para garantizar el uso sostenible de los recursos hídricos.
Habida cuenta del aumento de la demanda de usuarios que compiten por el acceso a los recursos, está claro que el camino hacia un uso sostenible del agua y sus recursos pasa por elementos como la eficiencia, la innovación, la prevención de la generación de residuos (a través, por ejemplo, de la reducción de fugas), la reutilización y el reciclado, todos los cuales constituyen los elementos clave de una economía circular. De hecho, cuando ahorramos en el consumo de un recurso, como el agua, ahorramos en todos los demás.
La Agencia Europea de Medio Ambiente trabaja con información medioambiental. Un tema complejo e interconectado como el referido al agua precisa de flujos de datos diversos, análisis exhaustivos y sistémicos y una estrecha colaboración con redes e instituciones. La AEMA reúne todos estos conocimientos sobre el medio ambiente en Europa e informa a los responsables de la formulación de políticas y al público en general.
A lo largo de las últimas cuatro décadas, de conformidad con la legislación y los requisitos de información de la UE, los Estados miembros han establecido amplias estructuras de supervisión. Gracias a estos esfuerzos, nuestros conocimientos y nuestra comprensión de los problemas y tendencias relacionados con el medio ambiente, incluida el agua, son mucho más detallados y completos. Ahora podemos disponer de un análisis integrado sobre qué factores impulsan el cambio, qué está cambiando y cómo. Podemos identificar medidas eficaces sobre el terreno y crear redes para compartir esta información.
Tal conocimiento será decisivo para formular las futuras políticas de la UE en materia de agua. Ciertos elementos clave de la legislación en materia de agua, incluida la Directiva marco sobre el agua y la Directiva relativa al tratamiento de las aguas residuales urbanas, están siendo objeto de evaluación y podrían modificarse posteriormente. Habida cuenta de la función vital del agua en todos los aspectos de nuestras vidas, un planteamiento político más integrado nos ayudará a proteger y preservar aquello que hace único nuestro planeta: el agua.
Hans Bruyninckx
Director Ejecutivo de la AEMA
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