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En Europa (es decir, los 53 estados miembros de Oficina Regional para Europa de la OMS — más de 900 millones de personas), los factores de riesgo medioambiental siguen representando 1,4 millones de muertes al año y estas muertes son en gran medida evitables. Más de un tercio de los fallecimientos se pueden atribuir a la contaminación, que es el factor de riesgo medioambiental más importante para nuestra salud. Otra gran parte del daño causado por la contaminación se debe a las sustancias químicas peligrosas. Y, lamentablemente, cada día mueren siete personas, en su mayoría niños, por enfermedades relacionadas con la diarrea, por lo que aún la calidad del agua sigue siendo un problema. Incluso dentro de la UE, en algunas zonas rurales, todavía no hemos logrado un 100 % de acceso al agua potable y al saneamiento.
Aún nos queda un largo camino por recorrer en materia de medio ambiente y salud, pero también podemos aglutinar los distintos objetivos de manera inteligente. Por ejemplo, abordar la calidad del aire puede significar abordar al mismo tiempo las emisiones del cambio climático.
En Europa, la situación ha mejorado de manera significativa. Yo era joven cuando entraron en vigor las primeras legislaciones para combatir la lluvia ácida y la eutrofización de lagos y el agua del mar. Quizás fuimos pioneros en algunos avances industriales que resultaron muy problemáticos y también fuimos los primeros en enfrentarnos a la contaminación masiva y tuvimos que hacer frente a este problema. Hemos aprendido que debemos tener unas normas comunes para abordar la contaminación, porque esta no conoce fronteras.
Por supuesto, ahora vivimos en un mundo globalizado y tenemos que reconocer que la contaminación no respeta tampoco las fronteras continentales. Algunos problemas pasan de Europa a otras regiones, en las que todavía están permitidas algunas prácticas industriales peligrosas, por lo que nuestra responsabilidad va más allá de nuestro continente; se trata de una responsabilidad con la salud global y nuestras políticas deben apoyar una producción más limpia.
Todavía hay muchas preguntas sin respuesta respecto a la relación entre la calidad del aire y la COVID-19, y es un tema de interés actualmente en la investigación científica. Sin embargo, ya podemos afirmar algunas cosas. Mejorar la calidad del aire nunca sería erróneo, ya que sabemos que la contaminación del aire es un importante factor de riesgo y causa de enfermedades respiratorias y cardiopatías. Las personas que padecen estas patologías subyacentes han mostrado una mayor vulnerabilidad a la COVID-19 y corren un mayor riesgo de sufrir síntomas graves.
A corto plazo, hemos visto una importante reducción de la contaminación del aire en las ciudades. Esta reducción es más destacada en el caso de los óxidos de nitrógeno, un contaminante estrechamente relacionado con el tráfico, que es una de las actividades más afectadas por las medidas de confinamiento. Actualmente hay muchas investigaciones en curso en torno a estas cuestiones, y de ellas aprenderemos y nos beneficiaremos en el futuro. La COVID-19 es una tragedia en curso, pero a la vez nos ha ofrecido algunos datos sin precedentes que podrían quizás ayudarnos a replantearnos el camino hacia una «nueva normalidad» que puede traernos beneficios para el medio ambiente y la salud.
Es excelente que la Comisión Europea haya estado trabajando en el gran Pacto Verde Europeo, ya que es un compromiso muy firme que puede dar un gran impulso para plantear la recuperación de manera sostenible. Se trata de una oportunidad sin precedentes para que esta «nueva normalidad» nos acerque a un desarrollo económico sostenible y estamos deseando trabajar en este sentido en colaboración con la Comisión.
Si nos centramos en el ejemplo de la contaminación del aire, tenemos que ir a los sectores donde se origina —el sector energético, el transporte, la agricultura, la gestión de residuos y muchas industrias—, trabajando de escala local a escala global. Se ha progresado mucho en las últimas décadas, pero seguimos observando que, a nivel mundial, el 90 % de la población vive en ciudades que no cumplen los valores indicativos de la OMS sobre calidad del aire. Esto significa que todavía nos queda mucho camino por recorrer, lo que exige trabajar con los distintos sectores para ver cómo podemos fomentar unos sistemas de transporte más limpios y seguros, por ejemplo. En todos los sectores hay formas positivas de avanzar.
Creo que también es importante reconocer que los efectos de la contaminación en general, y de la contaminación atmosférica en particular, no se distribuyen por igual. Las personas que residen en zonas más desfavorecidas suelen vivir cerca de lugares contaminados o en zonas donde hay mucho tráfico. Las diferencias pueden ser grandes, no solo entre los países, sino también dentro de los propios países.
Durante más de 30 años, nuestra misión principal, como OMS, ha sido trabajar con nuestros estados miembros y en los países para ayudarlos a abordar sus prioridades medioambientales y sanitarias. Los resultados de esta labor se hicieron manifiestos en la última Conferencia Ministerial paneuropea sobre Medio Ambiente y Salud que se celebró en Ostrava en 2017. Los 53 estados miembros se reunieron y acordaron desarrollar carteras nacionales de actuación en materia de medio ambiente y salud. Estamos a su lado, les brindamos nuestro apoyo a la hora de definir las prioridades nacionales y luego les ayudamos a trabajar en esa dirección.
Además, continuamos con la labor normativa de la OMS: nuestro Centro está coordinando la actualización de las directrices mundiales sobre la calidad del aire de la OMS. El año pasado, publicamos las directrices sobre el ruido ambiental de la OMS, en las que se ofrecen recomendaciones orientadas a la salud pública para servir de base a la legislación y la elaboración de políticas para las normas de nuestros estados miembros y a nivel europeo.
Espero que así sea. Las directrices de la OMS ofrecen sólidas recomendaciones basadas en la evidencia científica más actualizada sobre lo que sabemos acerca de la relación entre la salud y la contaminación del aire o el ruido ambiental. A partir de ese punto, remitirse a esos valores orientativos a la hora de establecer normas ya es una decisión política. Sabemos que la Comisión Europea hace referencia con frecuencia a las directrices de la OMS; por ejemplo, la Directiva de la UE sobre el agua potable se revisó con arreglo a las recomendaciones y los valores orientativos basados en la salud de la edición más reciente de las directrices de la OMS sobre la calidad del agua potable. Las directrices sobre el ruido ambiental para la región europea se tienen en cuenta en la revisión de la Directiva sobre el ruido ambiental. El debate sigue abierto en lo que se refiere a cómo se reflejará la próxima actualización de las directrices mundiales sobre la calidad del aire en las políticas de la Unión Europea. Tenemos que respetar el proceso político y las deliberaciones de la UE y de sus Estados miembros, pero esperamos que esas políticas fomenten y protejan la salud, y estamos aquí para apoyarles.
Francesca Racioppi
Directora del Centro Europeo de Medio Ambiente y Salud de la OMS
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