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La quema de combustibles fósiles nos afecta a todos de una u otra manera: emite contaminantes a la atmósfera y provoca daños en la salud; también libera gases de efecto invernadero y contribuye al cambio climático, dando lugar a tormentas, inundaciones y olas de calor cada vez más intensas. Nuestra dependencia de los combustibles fósiles puede alterar los niveles de acidez (pH) de los océanos, reducir el oxígeno de los lagos e influir en el rendimiento de las cosechas.
Es evidente que necesitamos energía, pero esta no ha de proceder necesariamente de la quema de combustibles fósiles. Nos encontramos en un momento en el que las decisiones que adoptemos son cruciales, debido por un lado a los efectos negativos de estas decisiones actuales en materia energética y, por otro lado, a las oportunidades que ofrecen las fuentes de energía limpias. Podemos optar por prolongar nuestra dependencia de los combustibles fósiles, con el consiguiente aumento de los efectos en la salud y el planeta. O bien invertir en alternativas nuevas y más limpias, al tiempo que abandonamos algunos de nuestros hábitos y preferencias actuales. Esto podría significar que todo el tráfico rodado pasara a ser eléctrico en las próximas décadas, todos los tejados estuvieran cubiertos de placas solares, todos los edificios estuvieran aislados para evitar la pérdida de calor y todos los productos estuvieran diseñados para durar más y ser fáciles de reutilizar y de reciclar. También podría significar la finalización de las subvenciones para los combustibles fósiles. Muchos países siguen subvencionándolos a pesar de los reiterados compromisos y peticiones realizados en plataformas internacionales para la progresiva supresión de las subvenciones en un plazo de diez años.
En la última década, el compromiso político de frenar las emisiones de gases de efecto invernadero a escala mundial ha ido en aumento y culminó con el Acuerdo de París de diciembre de 2015. Incluso en países con dirigentes políticos escépticos acerca de los esfuerzos mundiales, las autoridades locales y regionales, las empresas, los inversores y los ciudadanos están dando un paso adelante y asumiendo un compromiso para lograr un mundo con niveles bajos de emisiones de carbono. De igual modo, en la última década la comunidad investigadora y las empresas han presentado innovaciones que han dado lugar a que la generación de energía solar y eólica haya aumentado por encima de cualquier expectativa. Gracias a los avances tecnológicos y a un apoyo eficaz de políticas (incluidos incentivos financieros), la electricidad obtenida a partir de energía eólica y solar ha sido capaz de competir en materia de precios con la electricidad obtenida a partir de otras fuentes.
En consecuencia, una proporción cada vez mayor de las necesidades energéticas de Europa se cubre con fuentes de energía renovables y limpias. Las energías renovables han sido y serán imprescindibles, no solo para lograr los objetivos europeos a largo plazo en relación con el clima y la energía, sino también para proteger el medio ambiente y la salud humana.
A pesar de estos signos positivos, sigue habiendo retos clave que debemos abordar para potenciar la producción de energías renovables y la eliminación progresiva de nuestra dependencia de los combustibles fósiles. El sol proporciona al planeta enormes cantidades de energía limpia. No obstante, aún no somos capaces de producirla, almacenarla y transportarla a una escala suficiente que nos permita usarla en el momento y el lugar en que la necesitemos.
Es una dificultad que trasciende ampliamente el aspecto tecnológico. Entraña un modo diferente de generar y utilizar la energía, pasar de un número muy limitado de grandes productores que favorecen ciertos combustibles a una generación de energía más descentralizada por parte de muchos productores, aprovechando el potencial energético local de energía renovable. Disponer de una capacidad de generación de energía descentralizada y extendida puede asimismo contribuir a la seguridad energética de Europa y permitir el transporte de los excedentes desde las regiones en las que las fuentes de energía abundan hasta aquellas en las que escasean. A una escala local, este nuevo enfoque podría significar que los hogares se convirtieran en productores de energía y vendieran sus excedentes a sus vecinos por medio de redes inteligentes. A escala regional, nacional y europea, representaría la conexión de las redes de energía y los agentes implicados.
La eficiencia energética (y la eficiencia de recursos en general) es un componente igualmente crucial de los objetivos europeos de sostenibilidad a largo plazo. En general, solo una parte de la energía inicial se utiliza realmente en el suministro de productos y servicios y contribuye a nuestra calidad de vida. Las mejoras tecnológicas, el mejor aislamiento de los edificios, las redes inteligentes, la normativa y el etiquetado en materia de eficiencia energética y, en particular, el comportamiento inteligente de los usuarios (todos nosotros) pueden ayudar a reducir al mínimo la pérdida de energía.
Algunos sectores, por ejemplo, el de los transportes, podrían enfrentarse a mayores dificultades que otros al cambiar a fuentes de energía alternativa más limpias. En el transporte por carretera, la electricidad generada por fuentes renovables puede convertirse en una alternativa viable a los combustibles fósiles, pero sería necesario construir la infraestructura correspondiente, p. ej., una red de puntos de carga. Los biocombustibles pueden contribuir también a reducir el uso de energías fósiles en el transporte, pero es preciso medir el beneficio general de su utilización teniendo en cuenta una serie de factores, incluidas las posibles presiones sobre el uso de la tierra y del agua durante su producción.
A pesar de estas dificultades, la transición al uso de energías limpias ya es un hecho en toda Europa. Propietarios de viviendas, ciudades, empresas, autoridades regionales, gobiernos nacionales y la Unión Europea (UE) están tomando medidas en este sentido mediante la construcción de redes inteligentes, la instalación de equipos de energía solar y eólica, la inversión en innovación y la adopción de normativas y etiquetados. Ciudades pioneras conocidas en el pasado por sus minas de carbón están apostando ahora por la innovación y las fuentes de energía renovables, en un intento por hacer frente, al mismo tiempo, a su historial de décadas de desempleo. El sector de las energías renovables en Europa ha seguido creciendo a pesar de la crisis económica de 2008 y en la actualidad ofrece empleo a más de un millón de personas. Se está investigando el modo de producir más energía solar o mareomotriz. No obstante, es necesario que este tipo de iniciativas y esfuerzos a pequeña escala se adopten de manera mucho más generalizada en todo el continente y en todos los sectores económicos.
A lo largo del proceso, habrá que responder a algunas preguntas difíciles: por ejemplo, cómo se va a proteger a las comunidades afectadas por la reestructuración económica derivada del abandono de tecnologías y actividades no sostenibles; o si se pueden considerar o no limpias a largo plazo todas las fuentes de energía renovables y si necesitaremos recurrir a algunas tecnologías transitorias a corto y medio plazo.
Como sucede con cualquier cambio fundamental, esta transición requiere tiempo y recursos, así como estar fundamentada en objetivos de políticas a largo plazo y medidas de apoyo. Hacer que la totalidad de la infraestructura y la capacidad de generación de energía sean inteligentes y limpias llevará décadas. La mano de obra europea necesitará asimismo adquirir nuevas competencias profesionales, en especial en comunidades muy dependientes de combustibles fósiles como el carbón. Y las elecciones y decisiones de inversión que realicemos hoy harán que nos adentremos en un camino que no podremos abandonar durante las próximas décadas.
En un mundo en el que se espera que la demanda mundial de energía y recursos naturales se multiplique, y que los efectos del cambio climático se intensifiquen, solo hay una opción viable. En este sentido es en el que ha estado trabajando la UE: una economía circular con bajas emisiones de carbono, una Unión Energética centrada en las fuentes de energía renovables, la eficiencia energética, la seguridad y la asequibilidad, y todo ello respaldado con fondos que inviertan en infraestructuras, nuevas competencias e innovación.
Hans Bruyninckx
Director Ejecutivo de la AEMA
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