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Hacia una movilidad más limpia e inteligente

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Article Publicado 29/09/2016 Última modificación 21/03/2023
Photo: © Robert Photography
El transporte es un vínculo que conecta a personas, culturas, ciudades, países y continentes. Constituye uno de los pilares esenciales de la sociedad y de la economía modernas: y permite a los productores vender sus productos en todo el mundo, o a los viajeros descubrir nuevos lugares. Además, las redes de transporte garantizan el acceso a servicios públicos esenciales, como la salud y la educación, y contribuyen de este modo a mejorar la calidad de vida. Las redes de transporte contribuyen a dinamizar la economía en regiones remotas, mediante la creación de empleo y la distribución de la riqueza.

El transporte también juega un papel determinante en la conformación de nuestro estilo de vida: tanto los alimentos que consumimos como la ropa que vestimos o los residuos que eliminamos deben pasar previamente por alguna vía de transporte; el transporte influye en la oferta de productos que encontramos a nuestra disposición y en los productos que consumimos; además, utilizamos los sistemas de transporte para desplazarnos al trabajo, acudir a la escuela, ir al teatro o viajar en vacaciones. En la actualidad, los trenes de alta velocidad hacen factible que personas cuya residencia está a cientos de kilómetros puedan efectuar cada día el trayecto hasta sus lugares de trabajo.

Pero nuestro modelo actual de transporte también tiene un inconveniente. El transporte es un sector que conlleva importantes impactos negativos para el medio ambiente y la salud humana. El transporte está en el origen de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) que se generan en la Unión europea (UE), y provoca contaminación atmosférica, contaminación acústica y fragmentación del hábitat. En concreto, es el único de los principales sectores económicos europeos en el que se ha registrado un incremento de la presencia de los GEI desde 1990, y es también el que contribuye en mayor medida a las emisiones de óxidos de nitrógeno, dañinas para la salud y para el medio ambiente. De manera análoga, el transporte por carretera es una de las principales fuentes de contaminación acústica y medioambiental en Europa.

La demanda de transporte seguirá incrementándose

En la actualidad, la demanda de transporte en Europa es significativamente mayor que en 2000, y se prevé que siga aumentando. Según estimaciones de la Comisión Europea, en 2050 el transporte de pasajeros se habrá incrementado más de un 50 % y el transporte de mercancías más de un 80 % en comparación con los niveles de 2013.

Y no son estos los únicos retos que tenemos por delante. El transporte en Europa depende en gran medida del petróleo. El consumo de petróleo no solo libera GEI y contaminantes atmosféricos, contribuyendo al cambio climático, sino que también incrementa la vulnerabilidad de la economía europea frente a las fluctuaciones de los suministros y los precios globales de la energía.

Además, pese a la capital importancia que reviste el transporte para nuestra economía y nuestra calidad de vida, no se presta la suficiente atención a la necesidad de preparar las infraestructuras de transporte europeas para los desafíos que plantea el cambio climático. ¿Está capacitada la infraestructura viaria y ferroviaria europea para afrontar el incremento de las temperaturas? Las alteraciones en los servicios de transporte (debidas a la presencia de ceniza volcánica en la atmósfera, carreteras inundadas o vías ferroviarias dañadas por condiciones meteorológicas extremas) pueden acarrear consecuencias graves para los viajeros, para las personas que se desplazan diariamente y las empresas, y esas consecuencias pueden extenderse mucho más allá del área particular afectada.

El sistema de transporte también debe adaptarse a los cambios demográficos que se han registrado en Europa. ¿Cómo puede adaptarse el transporte público a las necesidades de movilidad de una población cada vez más envejecida?

Las mejoras tecnológicas no bastan

Durante los últimos años, los nuevos vehículos vendidos en Europa han ido ganando progresivamente en eficiencia energética. Por cada kilómetro recorrido, consumen menos combustible y liberan menos contaminantes que modelos anteriores. La aplicación de políticas más estrictas ha sido esencial para el logro de esas mejoras. No obstante, el número de vehículos en circulación y las distancias recorridas siguen aumentando. De manera análoga, los motores de las aeronaves ofrecen actualmente mayor eficiencia, pero el número de pasajeros ha aumentado y, por otro lado, las distancias recorridas son más largas.

Las mejoras obtenidas en eficiencia gracias a los avances tecnológicos no lograrán poner fin a nuestra dependencia de los combustibles fósiles ni anular su impacto sobre el medio ambiente. Aún después de las recientes mejoras introducidas en el rendimiento de los motores de los automóviles, solo una cuarta parte del combustible consumido se utiliza realmente para desplazar el vehículo. El resto se pierde en forma de calor, de ineficiencias mecánicas o se utiliza para funciones accesorias. Además, en fechas recientes, las estadísticas oficiales sobre eficiencia en el consumo de combustible han sido puestas en tela de juicio. Existen discrepancias significativas entre el consumo de combustible que se observa en la conducción en el mundo real y el constatado en las pruebas realizadas en condiciones de laboratorio.

En última instancia, el problema no se limita exclusivamente a los automóviles, aviones, carreteras, barcos o combustibles (los diferentes componentes del sistema de transporte), sino que también afecta a la necesidad de desplazar personas y mercancías de un lugar a otro de  manera fácil, segura y eficiente. Debemos construir un sistema de «movilidad» limpio, inteligente e integrado que atienda a las necesidades de movilidad ofreciendo a la vez un servicio adaptado a los requisitos de los usuarios.

Definir las necesidades de movilidad: ¿algo esencial o un lujo?

La necesidad puede variar dependiendo de nuestro estilo de vida. Las personas que residen en ciudades compactas y que es posible recorrer integralmente a pie tienden a emplear menos el vehículo privado. Los precios de los combustibles, los mercados inmobiliario y laboral, los niveles de ingresos y los bajos tipos de interés aplicados a los préstamos bancarios pueden incidir en la frecuencia y el tipo de desplazamientos que realizamos o en cómo accedemos a las mercancías que consumimos. Incluso la topografía puede influir sobre el tipo de transporte elegido.

La globalización de los mercados (por ejemplo el comercio global y los viajes) no hubiese sido concebible de no haber existido antes unas extensas redes de transporte. La economía mundial creció a la par que la demanda de transporte, retroalimentándose cada una de ellas mutuamente. En el mundo globalizado de hoy en día, los consumidores pueden adquirir productos que hace solo unas décadas se antojaban inaccesibles, y que en la actualidad se reciben a la puerta misma del domicilio En consecuencia, nuestro estilo de vida y nuestras expectativas de consumo han variado. Damos por supuesto que encontraremos tomates baratos en los estantes de los supermercados y que disfrutaremos de unas vacaciones asequibles durante todo el año. En último término, debemos preguntarnos, sin miedo, si todo este flujo de transporte es realmente necesario.

Las necesidades de movilidad también pueden evaluarse en otros términos. En primer lugar, ¿es el viaje realmente esencial o se trata simplemente de un pasatiempo agradable? ¿Es posible evitarlo? En segundo lugar, ¿es posible realizar el viaje en un medio de transporte más respetuoso con el medio ambiente? es decir, ¿es posible optar por viajar en tren en vez de en avión, o por usar el transporte público en vez de conducir un vehículo particular? Y por último, ¿es posible mejorar el modo de transporte?

Las políticas de transporte de la Unión Europea se basan en los siguientes principios: «evitar, cambiar y mejorar». Muchas de las medidas aplicadas con el fin de limitar los impactos negativos del sector del transporte, como los impuestos sobre los combustibles, los peajes en aduanas u otras cargas, se basan en el principio de que «el que contamina, paga». Normalmente, estas medidas persiguen el objetivo de reducir el impacto sobre el medio ambiente. Por ejemplo, unos impuestos y peajes más elevados podrían aumentar el precio aplicado por el uso del vehículo, lo que a su vez contribuiría a reducir la demanda.

Desgraciadamente, los precios que pagan actualmente los usuarios por los servicios de transporte no dan una imagen fiel del coste total que suponen para el medio ambiente y para la salud pública. Los precios del carbono, los precios globales del petróleo y los precios de los vehículos particulares tienden a ser excesivamente bajos como para que usuarios e inversores perciban claramente una señal de alerta.

Además, la señal de alerta que representan los precios puede verse distorsionada por las subvenciones al transporte, cuyo uso sigue estando ampliamente difundido en Europa. En algunos casos, las subvenciones están pensadas para promocionar modos de transporte más limpios, como es el caso de las concedidas al transporte público. En otros casos, como las desgravaciones fiscales para vehículos de empresa, las exenciones fiscales en el caso de la aviación internacional o los combustibles de los barcos, y el tratamiento fiscal diferenciado para el diésel y la gasolina, los subsidios pueden incidir negativamente en el medio ambiente y abocar a que el sistema de transporte resulte insostenible.

Movilizar ideas, políticas y fondos

La actual combinación de modos de transporte y combustibles, simplemente, no es sostenible. En nuestras manos está la posibilidad de elegir: podemos construir un sistema de movilidad limpio, accesible, coherente, resistente al cambio climático y que contribuya en gran medida a mejorar nuestra calidad de vida y nuestro bienestar.

Un transporte más limpio e inteligente puede atender las necesidades de movilidad en Europa, proporcionando a la vez considerables beneficios para la salud pública, como un aire más limpio, menos accidentes, menos congestión y menos contaminación acústica. Siempre que sea viable, impulsar el cambio hacia modos de movilidad activos, como andar o circular en bicicleta, también puede contribuir a mejorar otros problemas de salud, como las enfermedades cardiovasculares o la obesidad.

Está claro que descarbonizar el sector del transporte en Europa no será factible de la noche a la mañana. Requerirá una combinación de medidas, entre las que cabe destacar: una mejor planificación urbana, mejoras tecnológicas, un uso más extendido de combustibles alternativos, unas señales más claras de alerta en lo que a los precios se refiere, innovación en la investigación, adopción permanente de tecnologías avanzadas y una aplicación más estricta de las normas existentes. Esto exigirá también que todas las inversiones en infraestructuras y el marco normativo sean diseñadas con este fin.

Transformar el transporte europeo dependiente del carbono en un sistema de movilidad limpio e inteligente puede antojársenos una tarea colosal, pero es factible, y sabemos cómo hacerlo. Dado el impacto que tiene en la actualidad el sistema de transporte sobre el medio ambiente y la salud pública, resulta también imperativo. Personalmente me parece una excelente oportunidad para construir un futuro mejor y más limpio.

 

Hans Bruyninckx

Director Ejecutivo de la AEMA

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