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El cambio climático afecta a la salud pública de muchas maneras. Hay efectos directos e indirectos, así como los que se producen de forma inmediata y los que se dilatan en el tiempo. Calculamos que el cambio climático causó 150 000 muertos en todo el mundo en el año 2000. Según un nuevo estudio de la OMS, esta cifra ascenderá a 250 000 muertos al año en 2040. En realidad, esta estimación habría sido mayor si no hubiéramos incorporado la reducción de la mortalidad infantil prevista para el futuro.
Los episodios meteorológicos extremos se encuentran ya entre los principales impactos del cambio climático que afectan a la salud pública. Además, es previsible que aumente la mortalidad relacionada con las olas de calor y las inundaciones, especialmente en Europa. Y los cambios en la distribución de las enfermedades transmitidas por vectores también afectarán a la salud humana.
Distintos tipos de episodios meteorológicos extremos afectan a distintas regiones. Las olas de calor constituyen un problema fundamentalmente en el sur de Europa y el Mediterráneo, pero también en otras regiones. Según algunas estimaciones, la ola de calor de 2003 provocó 70 000 muertes más de lo habitual en doce países europeos, sobre todo entre personas mayores. A medida que envejecemos, se deteriora la regulación térmica de nuestro organismo, por lo que las personas mayores son más vulnerables a las altas temperaturas.
Se estima que, en 2050, las olas de calor causarán 120 000 muertes anuales más de lo habitual en la Unión Europea (UE), con un coste económico de 150 000 millones de euros si no se adoptan medidas adicionales. Esta estimación superior no solo se debe a la mayor frecuencia de temperaturas más altas, sino también a los cambios demográficos que registra Europa. Actualmente, alrededor del 20 % de los ciudadanos de la UE tienen más de 65 años de edad y se calcula que esta parte de la población aumente hasta situarse en el 30 % en 2050.
Las altas temperaturas también suelen ir asociadas a la contaminación atmosférica y a la contaminación por ozono troposférico en particular. La contaminación atmosférica puede provocar problemas respiratorios y cardiovasculares, especialmente en niños y personas mayores, y puede llegar a causar muertes prematuras.
Otros episodios meteorológicos extremos —como las altas precipitaciones que pueden acarrear inundaciones— también afectan a la salud pública.
Para dar un ejemplo concreto, las inundaciones que devastaron Bosnia y Herzegovina, Croacia y Serbia en 2014 dejaron más de sesenta muertos y 2,5 millones de personas afectadas. Además de los impactos sanitarios inmediatos, también se vieron afectadas las operaciones de rescate y los servicios de salud pública. Muchos hospitales se inundaron, especialmente las plantas más bajas donde suelen estar los equipos médicos pesados, reduciéndose la capacidad de los servicios sanitarios para hacer frente al desastre y atender a los pacientes ya existentes.
Como secuela de la catástrofe, las personas desplazadas que perdieron su hogar pueden sufrir además otros problemas de salud a largo plazo, como el estrés.
También existen riesgos sanitarios indirectos, en gran medida a causa del deterioro o la contaminación del medio ambiente. Por ejemplo, las inundaciones pueden acarrear contaminantes y sustancias químicas de las instalaciones industriales, aguas residuales y aguas de alcantarillado que contaminen el agua potable y las tierras de uso agrícola. Cuando no existe un sistema seguro de vertido de aguas fecales y sustancias químicas, las inundaciones o las escorrentías pueden transportar contaminantes a mares y lagos e incluso llegar en algunos casos a nuestra cadena alimentaria.
Los riesgos sanitarios tienen distintas causas. Las altas temperaturas facilitan los incendios forestales. Cada año se producen unos 70 000 incendios forestales en el continente europeo. Aunque la gran mayoría son provocados por el hombre, las altas temperaturas y la sequía suelen agravar los daños. Algunos incendios pueden causar víctimas mortales y daños materiales, pero todos provocan contaminación atmosférica —sobre todo por partículas—, que a su vez es causa de enfermedades y muertes prematuras.
El aumento de las temperaturas, con inviernos más suaves y veranos más húmedos, está ampliando el territorio donde determinados insectos portadores de enfermedades (como garrapatas y mosquitos) pueden sobrevivir y desarrollarse. Estos insectos pueden entonces propagar enfermedades —como el mal de Lyme, el dengue o la malaria— a nuevos territorios donde el clima no era adecuado para ellas anteriormente.
El cambio climático también puede hacer que algunas enfermedades ya no puedan prosperar en los territorios a los que afectan actualmente. Por ejemplo, el calentamiento futuro podría dar lugar a que se encuentren garrapatas —y en consecuencia las enfermedades que transmiten— a mayor altitud y más al norte, ligadas a los cambios en la distribución de sus huéspedes naturales, como los ciervos.
Además, las variaciones estacionales —algunas estaciones comenzarían antes y durarían más tiempo— podrían tener efectos adversos para la salud humana, especialmente en personas alérgicas. Se podrían registrar picos de incidencia de casos de asma, desencadenados por la exposición combinada a distintos alérgenos al mismo tiempo.
También hay otros riesgos sanitarios a largo plazo asociados al cambio climático. Es previsible que las variaciones de temperatura y precipitación afecten a la capacidad de producción alimentaria en la región paneuropea, con importantes reducciones en Asia Central. Una reducción adicional de la capacidad productiva en la región no solo podría agravar el problema de la malnutrición, sino que podría tener efectos generalizados al elevar los precios de los alimentos en todo el mundo. Por tanto, el cambio climático es un factor que debemos tener en cuenta si hablamos de seguridad alimentaria y acceso a alimentos asequibles, ya que puede agravar problemas económicos y sociales ya existentes.
En comparación con otras regiones, los servicios sanitarios europeos están relativamente mejor equipados para hacer frente a los impactos sanitarios del cambio climático. Por ejemplo, no es probable que la malaria vuelva a asentarse en la UE. No obstante, episodios concretos, como las inundaciones o las olas de calor prolongadas, seguirán ejerciendo presión sobre los servicios sanitarios en las áreas afectadas. Los países europeos tendrán que reforzar y adaptar sus servicios sanitarios para hacer frente a los posibles impactos del cambio climático en su territorio. Entre las medidas adoptadas podría estar el traslado y reequipamiento de hospitales en preparación contra posibles inundaciones. Otras medidas podrían incluir la creación de mejores herramientas para compartir información con los grupos vulnerables a fin de prevenir su exposición a la contaminación.
La oficina de la OMS para Europa lleva más de veinte años trabajando en los efectos sanitarios del cambio climático. Desarrollamos métodos y herramientas, llevamos a cabo evaluaciones de impacto y prestamos asistencia a los Estados miembros en materia de adaptación al cambio climático. En nuestro último informe, recomendamos medidas de adaptación, pero hacemos hincapié en que no serán suficientes por sí solas.
Es bastante obvio que los países también han de tomar medidas para mitigar el cambio climático a fin de proteger la salud pública. Algunas de estas medidas pueden tener importantes beneficios sanitarios complementarios. Por ejemplo, la promoción del llamado «transporte activo» (como caminar o ir en bicicleta) puede contribuir a reducir la obesidad y las enfermedades no transmisibles. Y energías renovables como la solar pueden contribuir a mantener un suministro ininterrumpido de energía para los servicios sanitarios en zonas remotas.
Bettina Menne
Directora de programas en la oficina regional de la OMS para Europa
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