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En 2014, las temperaturas globales se situaron 0,69 °C por encima de la media global del siglo XX. Los científicos coinciden en que el calentamiento se debe a los gases de efecto invernadero emitidos a la atmósfera principalmente por el uso antropogénico de combustibles fósiles. Este calentamiento es a su vez la causa del cambio climático. Desde la revolución industrial, la cantidad de gases de efecto invernadero presente en la atmósfera ha ido en constante aumento.
Gases de efecto invernadero como el dióxido de carbono (CO2) o el metano se liberan tanto de forma natural como a consecuencia de las actividades humanas. El uso de combustibles fósiles añade CO2 al que se encuentra en la atmósfera de forma natural. La deforestación generalizada en el planeta amplifica este fenómeno al reducir el número de árboles que capturan el CO2 de la atmósfera. Por otro lado, la agricultura y la mala gestión de los vertederos son importantes fuentes de emisión de metano. Además, el uso de combustibles fósiles también emite contaminantes atmosféricos como óxidos de nitrógeno, dióxido de azufre y partículas. Algunos de estos contaminantes también tienen que ver con el calentamiento (o enfriamiento, en el caso de los aerosoles) de nuestro clima.
Debido a su persistencia en la atmósfera y a los efectos no localizados de sus concentraciones, el impacto que tienen estos gases en el clima de la Tierra se convierte en un problema global. Por tanto, un acuerdo global de mitigación de las emisiones es primordial para prevenir la constante aceleración del cambio climático.
Este año, la Conferencia de las Partes (COP) de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) de 1992 se reunirá en París para coordinar el último paso en la respuesta política internacional al cambio climático. Tras dos décadas de negociaciones, la COP21 pretende alcanzar un ambicioso acuerdo global y legalmente vinculante sobre el cambio climático que marque objetivos de emisiones de gases de efecto invernadero que todos los países estén obligados a cumplir. También se espera que este acuerdo incluya objetivos y actuaciones sobre adaptación al cambio climático, sobre todo pensando en los países vulnerables en desarrollo.
Los esfuerzos de la Unión Europea (UE) por reducir las emisiones de gases de efecto invernadero están dando resultado. De hecho, se estima que la UE cumplirá su objetivo unilateral de reducción del 20 % (con respecto a 1990) antes del plazo acordado de 2020. Más aún, la UE pretende reducir sus emisiones interiores al menos en un 40 % hasta 2030 y continuar descarbonizando su economía hasta 2050. Pero a pesar del descenso de las emisiones de la UE y de que su cuota de las emisiones mundiales disminuye, las emisiones globales continúan en aumento.
En la COP15, celebrada en Copenhague en 2009, se acordó un objetivo deseado de limitación del calentamiento global a 2 °C por encima de los niveles preindustriales. La COP21 pretende adoptar un «nuevo instrumento» que convierta este límite en medidas que deberán implementarse a partir de 2020. Además de la adaptación al cambio climático existente, los esfuerzos por reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y promover la transición a una sociedad y economía resistente y baja en carbono deberían tener un papel importante en este acuerdo internacional.
Antes de la COP21, se invita a los gobiernos nacionales a declarar públicamente las medidas que tienen intención de asumir en virtud del nuevo acuerdo global: sus contribuciones previstas determinadas a nivel nacional (INDC, por sus siglas en inglés). La Unión Europea y sus Estados miembros ya han presentado sus INDC, comprometiéndose a reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero al menos un 40 % hasta 2030 con respecto a 1990. Este objetivo es de obligado cumplimiento para la UE en su conjunto. Además está en consonancia con el objetivo de la UE de reducir sus propias emisiones de gases de efecto invernadero entre un 80 % y un 95 % hasta 2050 con respecto a 1990. La CMNUCC tiene intención de publicar un informe de síntesis sobre estos compromisos antes de la COP21.
Para cumplir estos compromisos, los gobiernos deberán desarrollar e implementar políticas eficaces. Por ejemplo, el Régimen de Comercio de Derechos de Emisión de la Unión Europea (RCDE) es fundamental para sus esfuerzos de mitigación. Limita las emisiones de unas 12 000 centrales eléctricas y plantas industriales de treinta y un países imponiendo un límite máximo a la cantidad total de gases de efecto invernadero que pueden emitir, y este límite máximo se reduce con el tiempo. La Comisión Europea propone que las emisiones del RCDE en 2030 sean un 43 % más bajas de lo que eran en 2005. Las empresas compran y venden derechos de emisión y, al cabo de un año, deben devolver derechos suficientes a las autoridades para cubrir todas sus emisiones o, de lo contrario, pagar fuertes multas. Este sistema confiere un valor monetario al carbono y beneficia a quienes reduzcan sus emisiones. También pretende fomentar la inversión en tecnologías limpias y bajas en carbono.
Las señales que transmiten los gobiernos a los que contaminan son claras: reducir las emisiones no solo demuestra buena voluntad ambiental, sino que es sensato desde el punto de vista empresarial.
El impacto ambiental de la actividad industrial se debe sobre todo al consumo de energía, a los procesos de producción de sustancias químicas y a la utilización de recursos en la producción industrial. Hasta hace poco, se pensaba que la prosperidad y el crecimiento económico estaban intrínsecamente vinculados a impactos ambientales negativos. Sin embargo, en las dos últimas décadas, algunos países desarrollados han comenzado a romper este vínculo entre el crecimiento económico y el consumo de energía y materiales. Estos países han utilizado menos materiales y energía para obtener una producción del mismo valor, reduciendo al mismo tiempo la cantidad de carbono emitido por unidad de energía. Estos fenómenos de desmaterialización y descarbonización se han traducido en reducciones de las emisiones de gases de efecto invernadero. Los factores tecnológicos y de conducta que explican esta disociación pueden ayudar a los países en desarrollo a mitigar sus emisiones a medida que crecen sus economías.
El sector de abastecimiento energético depende tradicionalmente del uso de combustibles fósiles con alto contenido en carbono para generar electricidad. Sin embargo, el cambio que se está produciendo a corto plazo a tecnologías más eficientes de combustión de gas natural, junto con el crecimiento de las fuentes de energía renovables, apunta a un futuro en el que las emisiones de este sector seguirán reduciéndose más de lo que marcan los objetivos actuales.
En el sector manufacturero se pueden aprender cosas de la naturaleza. La ecología industrial es un campo que estudia los paralelismos entre los sistemas industriales y los naturales y señala aspectos que la industria podría adoptar. Por ejemplo, en la naturaleza no se desperdicia ningún material. Todo lo que no sea necesario en un proceso determinado se recicla y se transforma para utilizarse en otro. Los residuos generados por un proceso se convierten en los componentes básicos de otro nuevo y todo el sistema funciona a base de energía solar.
Cada vez se utiliza más la técnica de evaluación del ciclo de vida (ECV) para comprender cómo pueden contribuir la reutilización y el reciclado de la energía y los materiales a la reducción de las emisiones. La ECV considera que el consumo total de energía y las emisiones a la atmósfera, a las aguas y al suelo son indicadores de potenciales daños ambientales. Integrando la ECV en el proceso decisorio se pueden obtener beneficios ambientales y reducciones de costes, al tiempo que se fomentan alternativas más económicas y menos contaminantes.
Otros sectores también deben participar en futuras reducciones de las emisiones. El Consejo Europeo ha acordado reducir un 30 % adicional las emisiones de los sectores no comprendidos en el RCDE, con respecto a 2005. La Decisión de la UE para un esfuerzo compartido (ESD, por sus siglas en inglés) establece objetivos anuales vinculantes para los Estados miembros a título individual hasta 2020 en relación con todas las emisiones de estos sectores, como el transporte, la construcción, la agricultura y los residuos. El transporte es la principal fuente de emisiones no contemplada en el RCDE de la UE. Las reducciones de emisiones siguen siendo limitadas en el sector del transporte, como también lo son las reducciones de emisiones estimadas con arreglo a las políticas actualmente vigentes en el sector agrario.
La mitigación del cambio climático no depende únicamente de que la industria cumpla o supere sus objetivos. Todos jugamos un papel a nivel nacional, local e individual. Las ciudades y los hogares en particular deben actuar para reducir las emisiones.
Las ciudades están en primera línea de la lucha contra el cambio climático. En marzo de 2015, dirigentes de treinta ciudades europeas acordaron destinar un total de 10 000 millones de euros anuales a comprar bienes y servicios ecológicos en sectores altamente generadores de emisiones, como el transporte, la calefacción doméstica y el suministro de energía. Esta iniciativa es complementaria al Pacto de los Alcaldes, un movimiento europeo en el que participan autoridades locales y regionales que asumen voluntariamente el compromiso de mejorar la eficiencia energética y el uso de los recursos energéticos renovables en sus territorios. Actualmente cuenta con 6 279 signatarios y su objetivo es cumplir y sobrepasar el objetivo de la UE de reducción del 20 % de las emisiones hasta 2020.
El sector doméstico también es esencial. Las pautas de consumo pueden afectar a las emisiones directa e indirectamente. Entre 2000 y 2007, los hogares compraron cada vez más bienes y servicios con menor presión ambiental por euro gastado. En particular, durante este período se compraron más viviendas, agua, transporte, alimentos, bebidas no alcohólicas, electricidad y otros combustibles compatibles con el medio ambiente. Sin embargo, es posible que el crecimiento del gasto total en muchas de estas categorías haya neutralizado las ganancias.
Estos cambios en el consumo, junto con las mejoras en los procesos productivos y los servicios, han favorecido la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero en todas las categorías de consumo analizadas. Sin embargo, será necesario seguir mejorando la eficiencia y tender a un consumo ambientalmente menos intensivo, si continúa aumentando el consumo global. Más aún, no se ha de subestimar el impacto del consumo europeo de bienes manufacturados fuera de la Unión.
En general, el mensaje es claro. Es esencial alcanzar un acuerdo sobre el clima en la COP21. Será muy útil para fijar objetivos de reducción de emisiones y para dar indicaciones claras acerca de lo que hay que hacer tanto en el ámbito de la mitigación como de la adaptación al cambio climático.
Un acuerdo sobre objetivos de reducción de emisiones no frenará el cambio climático por sí solo. Para cumplir esos objetivos, serán necesarias políticas bien planteadas, ambiciosas y de obligado cumplimiento que favorezcan la reducción de emisiones. Estas políticas deberán servir de catalizador para que la industria y los hogares reduzcan sus emisiones en todas las fases del proceso de producción y consumo.
Es obvio que las emisiones generadas por las actividades económicas están estrechamente relacionadas con nuestras pautas de consumo. Las autoridades locales, los hogares y los particulares pueden hacer presión sobre los sistemas productivos existentes. Si reducimos nuestro consumo y optamos por consumir productos y servicios que tengan impactos menos graves sobre el medio ambiente, lograremos que cambie la forma de producir y comercializar dichos productos y servicios. Al final, si queremos actuar de forma favorable al clima, debemos empezar por nuestra propia casa.
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