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Desde la revolución industrial, el ecosistema terrestre se ha visto cada vez más seriamente afectado por la actividad humana. Una de sus consecuencias es la contaminación atmosférica...
Tamas Parkanyi, Hungría (ImaginAIR)
Hoy en día tenemos una comprensión y un conocimiento mucho más extensos de nuestra atmósfera. Podemos montar estaciones de observación para vigilar la calidad del aire, y en pocos minutos podemos ver la composición química del aire en esos lugares y cómo se relacionan con las tendencias a largo plazo. Asimismo tenemos una visión mucho más clara de las fuentes de contaminación del aire que afectan a Europa. Podemos estimar la cantidad de contaminantes que las distintas plantas industriales emiten a la atmósfera. Podemos predecir y controlar los movimientos del aire y ofrecer un acceso inmediato y gratuito a esta información. Sin duda, nuestros conocimientos sobre la atmósfera y sus interacciones químicas han recorrido un largo camino desde Aristóteles.
La atmósfera es compleja y dinámica. El aire se mueve alrededor del mundo, y con él también los contaminantes que contiene. Las emisiones de gases de escape de los vehículos en las zonas urbanas, los incendios forestales, el amoniaco emitido por la agricultura, las centrales eléctricas alimentadas con carbón en todo el planeta e incluso las erupciones volcánicas repercuten en la calidad del aire que respiramos. En algunos casos, las fuentes de contaminación se encuentran a miles de kilómetros de donde se producen los daños.
También sabemos que la mala calidad del aire puede tener graves consecuencias para nuestra salud y nuestro bienestar, así como para el medio ambiente. La contaminación atmosférica puede desencadenar y agravar las enfermedades respiratorias; puede dañar bosques, acidificar suelos y aguas, reducir las cosechas y corroer los edificios. Asimismo podemos ver que muchos contaminantes atmosféricos contribuyen al cambio climático y que el cambio climático en sí influirá en la calidad del aire en el futuro.
(c) Gülçin Karadeniz
La calidad del aire en Europa ha mejorado notablemente en los últimos sesenta años a raíz del creciente número de pruebas científicas, de las exigencias de la sociedad y de una serie de disposiciones legales. Se han reducido significativamente las concentraciones de muchos contaminantes atmosféricos, como el dióxido de azufre, el monóxido de carbono y el benceno. Las concentraciones de plomo han caído bruscamente por debajo de los límites fijados por la legislación.
Sin embargo, pese a estos logros, Europa todavía no ha conseguido la calidad del aire que prevé su legislación o que desean sus ciudadanos. Hoy en día, las partículas en suspensión y el ozono son los dos principales contaminantes en Europa que comportan graves riesgos para la salud humana y el medio ambiente.
Las leyes y medidas actuales en materia de calidad del aire abordan sectores, procesos, combustibles y contaminantes específicos. Algunas de estas leyes y medidas limitan la cantidad de contaminantes que los países pueden liberar a la atmósfera. Otras medidas aspiran a reducir la exposición de la población a niveles poco saludables de contaminantes, limitando las concentraciones elevadas, es decir, la cantidad de un determinado contaminante presente en la atmósfera en un determinado lugar y en un determinado momento.
Un número considerable de países de la Unión Europea (UE) no alcanzan sus objetivos de emisión en lo que respecta a uno o varios contaminantes atmosféricos (en particular los óxidos de nitrógeno) contemplados en la legislación. Las concentraciones también son un problema. Muchas zonas urbanas tienen unos niveles de partículas en suspensión, dióxido de nitrógeno y ozono troposférico que superan los umbrales fijados en la legislación.
Los recientes sondeos de opinión evidencian que los europeos están manifiestamente preocupados por la calidad del aire. Casi uno de cada cinco europeos dice sufrir problemas respiratorios, aunque no todos ellos estén necesariamente relacionados con la mala calidad del aire. Cuatro de cada cinco creen que la Unión Europea debería proponer medidas adicionales para abordar los problemas relacionados con la calidad del aire en Europa.
Y tres de cada cinco no creen estar debidamente informados al respecto en sus países. De hecho, a pesar de las importantes mejoras logradas en las últimas décadas, solo menos del 20 % de los europeos creen que la calidad del aire en Europa ha mejorado. Más de la mitad de los europeos creen efectivamente que la calidad del aire se ha deteriorado en los últimos diez años.
Es esencial ofrecer información sobre los problemas relacionados con la calidad del aire, puesto que no solo nos puede servir para comprender mejor cómo es el aire en Europa hoy, sino que también puede ayudar a reducir el impacto de la exposición a altos niveles de contaminación atmosférica. Para algunas personas con familiares que padecen enfermedades respiratorias o cardiovasculares puede ser una prioridad cotidiana conocer los niveles de contaminación atmosférica o tener acceso a una información precisa y oportuna.
(c) Valerie Potapova | Shutterstock
Este año, la Unión Europea empezará a esbozar su futura política sobre la calidad del aire. No es una tarea sencilla. Por un lado, exige minimizar los efectos de la contaminación atmosférica sobre la salud pública y sobre el medio ambiente. El coste estimado de los mismos es sumamente elevado.
Por otro lado, no existen soluciones sencillas y rápidas para mejorar la calidad del aire en Europa. Para lograrlo hay que tratar de reducir a largo plazo muchos contaminantes de distintas fuentes. Asimismo es necesario que nuestra economía haga un cambio más estructural hacia unas pautas de consumo y producción más ecológicas.
La ciencia demuestra que incluso las mínimas mejoras de la calidad del aire —en especial en las zonas densamente pobladas— se traducen en beneficios para la salud y ahorros económicos. Estos beneficios incluyen, por ejemplo: una mayor calidad de vida para los ciudadanos al reducirse las enfermedades relacionadas con la contaminación, una mayor productividad en virtud del descenso de las bajas por enfermedad y menores costes médicos para la sociedad.
La ciencia también nos dice que tomar medidas contra la contaminación del aire puede tener múltiples ventajas. Por ejemplo, algunos gases de efecto invernadero también son contaminantes atmosféricos comunes. Garantizar que las políticas sobre el clima y la calidad del aire se beneficien mutuamente puede ayudar a combatir el cambio climático y, al mismo tiempo, mejorar la calidad del aire.
Mejorar la aplicación de la legislación relativa al aire supone otra oportunidad para mejorar la calidad del aire. En muchos casos, las autoridades locales y regionales son las que ponen en práctica las políticas y las que hacen frente a los problemas cotidianos provocados por una calidad del aire deficiente. A menudo se trata de la autoridad pública más cercana a las personas afectadas por la contaminación atmosférica. Entre ellas, las autoridades locales disponen de mucha información y soluciones concretas para hacer frente a la contaminación atmosférica en su zona. Por ello es muy importante que estas autoridades locales se reúnan para compartir problemas, ideas y soluciones. Eso les dará nuevas herramientas para alcanzar los objetivos fijados en la legislación, informar mejor a sus ciudadanos y finalmente reducir los efectos de la contaminación atmosférica sobre la salud.
Ahora nos enfrentamos al reto de cómo seguir traduciendo nuestros crecientes conocimientos sobre el aire en una política mejor y mejores resultados para la salud. ¿Qué medidas podemos tomar para reducir el efecto de la contaminación atmosférica sobre nuestra salud y sobre el medio ambiente? ¿Cuáles son las mejores opciones disponibles? Y ¿cómo podemos lograrlo?
Es precisamente en momentos como estos cuando los científicos, los responsables políticos y los ciudadanos han de colaborar para responder a estas preguntas, a fin de que podamos seguir mejorando la calidad del aire en Europa.
Jacqueline McGlade
Directora ejecutiva
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