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A primera vista, parecería que el destino de las especies amenazadas no guarda relación alguna con la economía. Sin embargo, si analizamos detenidamente la cuestión, no tardamos en encontrar el vínculo. La «buena salud» de los sistemas naturales constituye un requisito de partida para la «buena salud» de nuestros sistemas sociales y económicos. ¿Podemos calificar de próspera a una sociedad cuando se encuentra expuesta a la contaminación atmosférica e hídrica y padece problemas sanitarios asociados a dicha contaminación? En términos similares, ¿puede «funcionar» una sociedad cuando un porcentaje elevado de la población se encuentra desempleada o no llega a fin de mes?
Pese a nuestro conocimiento parcial y a nuestras incertidumbres, podemos percatarnos de que el mundo está cambiando. Tras 10 000 años de relativa estabilidad, la temperatura media del planeta va en aumento. Aunque las emisiones de gases de efecto invernadero en la Unión Europea disminuyen, los combustibles fósiles liberan a la atmósfera un volumen de gases de efecto invernadero superior al que la tierra y los océanos pueden absorber. Ciertas regiones son más vulnerables al posible impacto del cambio climático y, con frecuencia, se trata de los países menos preparados para adaptarse a las nuevas condiciones climáticas.
Con más de 7000 millones de personas en el planeta, al ser humano le corresponde claramente una función en el control y la aceleración de este cambio. De hecho, nuestros niveles actuales de producción y de consumo podrían estar perjudicando al medio ambiente hasta el punto de que el planeta podría llegar a ser un lugar inhabitable para muchas especies, sin exceptuarnos a nosotros mismos. Muchas personas de los países en desarrollo aspiran a alcanzar un estilo de vida similar al de los habitantes de los países desarrollados, lo que podría suponer una presión adicional para nuestros sistemas naturales.
La biodiversidad desaparece globalmente a un ritmo desconocido en la historia. Los índices de extinción llegan a superar 1000 veces los niveles históricos. Y uno de los motivos principales es la destrucción de los hábitats.
Aunque durante las últimas décadas la superficie forestal total en Europa ha registrado un amento, a escala global la tendencia es otra. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación cifra en trece millones las hectáreas de bosque que cada año se talan en todo el mundo (una superficie aproximadamente equivalente a la de Grecia) asignando el suelo a otros usos, como pasto para ganado, minería, agricultura o urbanización. Los bosques no son los únicos ecosistemas amenazados. Muchos otros hábitats naturales se encuentran en peligro debido a las actividades humanas
Cuando la principal preocupación cotidiana de millones de individuos es poner un plato de comida en la mesa y enviar a los niños al colegio para que puedan labrarse un futuro mejor, resulta casi imposible para muchos no especular con soluciones a corto plazo. A menos que sea posible ofrecerles otras y mejores oportunidades…
Es obvio que nuestras actividades económicas requieren recursos naturales. Pero la percepción implícita de un dilema —la elección entre preservar el medio ambiente o desarrollar la economía— induce, en realidad, a error. A largo plazo, el desarrollo económico y social necesita una gestión sostenible de los recursos naturales.
A finales de 2011, una de cada diez personas en la Unión Europea estaba desempleada. En el caso de los jóvenes, uno de cada cinco. El desempleo somete a una gran presión a los individuos, a las familias y a la sociedad en su conjunto. Casi una cuarta parte de la población de la UE estaba en situación de riesgo de pobreza o exclusión social en 2010. Las tasas de pobreza a escala mundial son todavía mayores.
Nuestros modelos económicos actuales no tienen en cuenta muchas de las ventajas que comporta un medio ambiente sano. El Producto Interior Bruto (PIB), que es el indicador económico utilizado con mayor frecuencia para determinar el nivel de desarrollo de un país, el nivel de vida y la categoría con respecto a otros países, se basa en el valor de los resultados económicos. No incluye el precio social y humano que pagamos por los efectos secundarios de las actividades económicas, como la contaminación atmosférica. Por el contrario, los servicios sanitarios prestados a las personas que sufren enfermedades respiratorias se incluyen como contribución positiva al PIB.
El problema es averiguar cómo rediseñar nuestros modelos económicos a fin de generar crecimiento y mejorar la calidad de vida en el mundo sin dañar el medio ambiente, a la vez que protegemos los intereses de las generaciones futuras. A la solución se la ha denominado «la economía ecológica».
Aunque parece un concepto sencillo, llevar a la práctica esta idea es una tarea mucho más compleja. Es evidente que requerirá innovaciones tecnológicas, pero también múltiples cambios en otros órdenes: en los procedimientos organizativos de las empresas, el diseño urbano, el transporte de bienes y personas. Esencialmente, en nuestro modo de vida.
En términos empresariales, debemos garantizar la sostenibilidad a largo plazo en todos nuestros ámbitos de generación de riqueza: capital natural, capital humano, capital social y capital manufacturado, así como capital financiero. El concepto de economía ecológica también puede explicarse a través de estos capitales diferentes pero interconectados.
A la hora de evaluar los costes y beneficios de nuestras decisiones, debemos examinar su impacto sobre todas las acumulaciones de capital. Las inversiones en carreteras y en fábricas pueden incrementar nuestro capital manufacturado, pero también menoscabar el conjunto de nuestra riqueza si ello implica la destrucción de nuestros bosques (parte de nuestro capital natural) o un perjuicio para la salud humana (parte del capital humano).
Cambiar nuestro modo de vida, de producción y de consumo nos abre todo un universo de oportunidades. Señales 2012 le ofrecerá una visión general de la situación actual, justo 20 años después de la «Cumbre de la Tierra» celebrada en 1992 en Río de Janeiro (Brasil). En el presente documento se analizará la relación entre economía y medio ambiente y se justificará la necesidad de «ecologizar» nuestra economía. También le ofrecerá una panorámica de la amplia variedad de oportunidades disponibles.
No existe una solución única que nos ayude a lograr una transición rápida o una solución al gusto de todos. Al margen del objetivo general común de gestionar eficazmente los residuos, la gestión de residuos en Groenlandia, por ejemplo, plantea enfrentarse a una realidad totalmente diferente a la de Luxemburgo.
El marco temporal constituye un elemento esencial. Hoy en día necesitamos soluciones que aborden nuestros problemas medioambientales con la tecnología actual, sin olvidar nunca que nuestras políticas y decisiones empresariales deberán mejorarse permanentemente y adaptarse con el fin de poner al día los conocimientos disponibles, cada vez mayores, sobre el medio ambiente y los avances tecnológicos. El elemento positivo es que contamos ya con muchas soluciones. Y otras muchas están en camino.
En última instancia, será una cuestión de decisiones: decisiones políticas, decisiones comerciales y decisiones a nivel de consumo. ¿Pero cómo elegimos la mejor opción?
¿Contamos con la información y las herramientas necesarias para desarrollar las políticas apropiadas? ¿Estamos abordando la cuestión al nivel «adecuado»? ¿Contamos con los incentivos o las señales de mercado «adecuados» para invertir en energías renovables? ¿Contamos con la información «correcta» o con un etiquetado de los productos adquiridos que nos permita elegir la alternativa más ecológica?
Lo que ahora sabemos y lo que aprendamos después será esencial a la hora de ayudar a las distintas comunidades a elegir opciones «adecuadas». En última instancia, el conocimiento nos permitirá encontrar nuestras propias soluciones y generar nuevas oportunidades compartiéndolas con otros.
Profesora Jacqueline McGlade,
Directora Ejecutiva
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